Una mirada a la calidad de los doctorados chilenos

En el contexto de la progresiva implementación de la reforma a la educación superior, en octubre del año pasado entraron en vigor, entre otros, los nuevos criterios y estándares de acreditación obligatorios para programas doctorales. Aunque aún no sabemos exactamente los efectos que esta nueva política producirá en la formación de doctores, es posible prever algunos de ellos. Para ello, sugiero poner atención al menos a las tres siguientes variables:

  • La propia naturaleza de un programa doctoral
  • El estado del arte de la acreditación de los doctorados al presente
  • Las novedades que traen aparejados los nuevos criterios y estándares de calidad respecto de los anteriores

En primer lugar, en cuanto a la esencia de un doctorado, vale la pena remitirse a su significado que perdura desde el siglo XIII cuando se concedieron los primeros de estos grados en la Universidad de Bolonia. Desde entonces, en lo fundamental los programas doctorales consisten en llevar a cabo un trabajo de investigación original, que contribuye al debate científico, al alero de un director, y dentro de líneas de investigación y disciplinas que la universidad cultiva. Cabe recordar que las definiciones de títulos y grados oficialmente reconocidos por la legislación chilena fueron establecidas en su forma actual por la Ley Orgánica Constitucional de Enseñanza de 1990 y no han tenido modificaciones desde entonces[1]. Todas las definiciones, excepto la de doctorado, parecen requerir precisiones y una actualización al presente. En efecto, la letra e) del citado artículo define al grado de doctor, recogiendo la tradición, como: “el máximo que puede otorgar una universidad. Se confiere al alumno que ha obtenido un grado de licenciado o magister en la respectiva disciplina y que haya aprobado un programa superior de estudios y de investigación, y acredita que quien lo posee tiene capacidad y conocimientos necesarios para efectuar investigaciones originales. En todo caso, además de la aprobación de cursos u otras actividades similares, un programa de doctorado deberá contemplar necesariamente la elaboración de una tesis, consistente en una investigación original, desarrollada en forma autónoma y que signifique una contribución a la disciplina que trate”. En definitiva, conforme transcurre el tiempo la naturaleza de los programas doctorales permanece y su esencia se vuelve indiscutible.

Respecto a la segunda variable, la de los doctorados acreditados, cabe recordar que al año 2018 sólo una pequeña proporción de ellos se había sometido voluntariamente al proceso para obtener el certificado de calidad. No obstante, como parte de la reforma al sistema de aseguramiento de la calidad en la educación superior, la acreditación obligatoria de los programas doctorales ha girado considerablemente las estadísticas. De los 429 doctorados existentes en Chile (SIES, 2024), 333 han presentado a la fecha su informe de autoevaluación a la Comisión Nacional de Acreditación (CNA). De ellos, 260 han alcanzado la acreditación y 33 aún siguen en el proceso, según es posible constatar en la información disponible públicamente (CNA, 2024). Es decir, alrededor del 70% de los doctorados del país se encuentran actualmente acreditados. También es posible observar que el 38% de los doctorados acreditados obtienen una certificación de entre 2 y 4 años y la mayoría ha recibido una acreditación de 5 o más años. Al menos desde la perspectiva de la acreditación, los programas doctorales parecen ir mejorando año a año. Indudablemente, el vasto trabajo y la urgencia que la CNA ha debido imprimir a su trabajo (sobre todo mediando la pandemia), ha permitido afinar los elementos de juicio y los procedimientos evaluativos. Progresivamente se han elevado las exigencias redituando en la optimización de esta oferta formativa y sus claustros académicos.

En tercer lugar, en cuanto a innovaciones del nuevo proceso de evaluación de doctorados como consecuencia de la reforma a la educación superior y a su sistema de aseguramiento de la calidad, destaca la amplitud con la que se describen los criterios de acreditación. Este extenso margen podría fomentar o abrir (teóricamente) posibilidades para la creación y el desarrollo de doctorados ligados a la industria, profesionalizantes y eventualmente, de otro tipo. Otra novedad es la introducción de una dimensión de aseguramiento interno de la calidad que supone que los doctorados han de poseer capacidad de autorregulación. En otras palabras, esto significa que los programas doctorales deben tomar decisiones oportunas y acertadas en base a evidencia para su continuo avance. Además, los nuevos estándares les exigen que en esa práctica autorregulatoria consideren la participación de los académicos y de los doctorandos. Luego, para la evaluación de la dimensión de vinculación con el medio, los estándares valoran especialmente que los académicos del claustro se asocien con otros del entorno para generar producciones intelectuales conjuntas. Por último, también resulta una novedad en el ámbito de la gestión y la organización, el que los doctorados han de promover la equidad de género “conforme a las políticas nacionales vigentes” (criterio 4, nivel 1). De este modo, los nuevos criterios y estándares introducen nuevas y variadas exigencias, pero no imponen un modo para resolverlas, dejando a los programas desempeñarse con autonomía en estas materias.

En conclusión, la introducción de estas novedades podría desencadenar nuevas creaciones o modificaciones en el carácter de algunos programas doctorales, al tiempo que continúan cumpliendo su obligación de acreditar o re acreditar, según sea el caso. Posiblemente exista mayor espacio para idear modalidades creativas; mayores incentivos para incorporar mujeres; más exploración en la formación inter o transdisciplinaria y búsqueda de nuevas alianzas entre universidades y compañías. Respecto de esto último, un sondeo realizado por el Diario Financiero el año pasado arrojó que sólo el 7% de los doctorados transita de la academia a la industria, indicador que tanto el mundo público como la empresa privada seguro desean mejorar[2].

Los tiempos son complejos y desafiantes para las universidades en estos días. Desde la irrupción de nuevas tecnologías hasta la sostenibilidad financiera, pasando por el acceso y la progresión estudiantil junto a  la preocupación por el bienestar y salud mental, todo demanda crecientes capacidades y recursos. Aún en este contexto, parecen asomar oportunidades para revitalizar y fortalecer los programas doctorales. Al menos desde la perspectiva de los alcances de las tres variables propuestas, ninguna parece contravenir la esencia de los programas doctorales.

[1] Artículo 54 del texto refundido de la Ley General de Educación, DFL Nº2 del Ministerio de Educación de 2010
[2] https://www.df.cl/df-lab/innovacion-y-startups/apenas-el-7-de-los-doctorados-llega-a-la-industria-como-mejorar-ese



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Author: Fernanda Valdés
Directora Aseguramiento de la Calidad Universidad de Los Andes Directora AEQUALIS

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