La Crisis del COVID-19: Una Reflexión para el Futuro de la Educación Superior
mayo 31, 2020

La pandemia global del COVID-19 que comenzó a sentirse en Chile desde fines de febrero de 2020 ha tenido –y seguirá teniendo– impactos significativos en los más diversos ámbitos de la vida de los ciudadanos e instala a nuestro país en una coyuntura inédita de crisis. La UNESCO estima que un 70% de los estudiantes de nivel parvulario, escolar y superior en el mundo se ha visto afectado por las medidas sanitarias, totalizando casi dos mil millones de estudiantes a nivel mundial. En Chile, son más de 5 millones de estudiantes, de los cuales sobre 1,2 millones cursan programas de educación superior. A esto se agregan más de 80 mil docentes de universidades, institutos profesionales y centros de formación técnica que, en respuesta a la crisis, han debido ajustarse a estos abruptos cambios y enfrentar enormes y diversas exigencias. Uno de los mayores desafíos que las instituciones han debido abordar, para evitar la interrupción de los procesos de aprendizaje, ha sido una adaptación muy veloz –muchas veces sobre la marcha– en el uso de métodos no presenciales de enseñanza basados en las tecnologías de la información y comunicación.

En estos tiempos difíciles, desde el Consejo Nacional de Educación, reafirmamos nuestro compromiso con el cumplimiento de nuestra misión de asistir a las instituciones y a los responsables de las políticas educativas, evaluando y retroalimentando su quehacer o sus propuestas, con el fin de asegurar a todos los estudiantes del país una experiencia educativa de calidad y que promueva el aprendizaje a lo largo de sus vidas. Para ello disponemos de las capacidades, esfuerzo y dedicación de cada uno de los miembros de nuestro Consejo y Secretaría Técnica, quienes han permanecido cumpliendo sus funciones y dando continuidad a la tarea encomendada.

La emergencia que estamos viviendo nos obliga a reflexionar sobre la velocidad de los cambios y cómo la educación es capaz de anticiparse, adaptarse o definitivamente reinventarse. Podríamos pensar que la crisis adelantó algunos procesos que veíamos se implementarían más gradualmente –tanto a nivel tecnológico, como institucional y pedagógico– obligando a las instituciones educacionales. Sin embargo, también podríamos pensar que, con o sin crisis, la gradualidad de la adaptación educativa sería, más temprano que tarde, superada por la aceleración exponencial de las transformaciones tecnológicas y sociales.

En consecuencia, ahora somos testigos de cómo los sistemas educativos están siendo interpelados de manera urgente e inmediata a revisar las metodologías de enseñanza-aprendizaje y evaluación a distancia, así como a asegurar las capacidades de los distintos actores del sistema educativo para la acción pedagógica basada en nuevos recursos tecnológicos. En una mirada de más largo plazo, tenemos también una oportunidad para repensar nuestros compromisos institucionales y rediseñar nuestras estrategias de manera anticipatoria y proyectiva, de modo de avanzar decididamente hacia el país y sistema educativo que queremos. Para construir ese sistema flexible, adaptable e inclusivo, capaz de responder a las necesidades de un entorno cambiante, las respuestas deben construirse sobre un análisis abierto y consensuado, basado en evidencia, y al mismo tiempo, deben ser articuladas de manera pertinente al momento de implementarse, evaluando su impacto y posibles resultados.

En el sistema educativo siguen abiertas las preguntas referidas a cómo generar las condiciones para que nuestros estudiantes alcancen todo su potencial, sea cual sea la modalidad de provisión. La educación debe ser un espacio habilitante para formar ciudadanos reflexivos, críticos, constructivos y colaborativos, capaces de integrarse adecuadamente a los distintos espacios sociales para llevar su capacidad de trabajo, innovación y contribución al mejoramiento a todas las esferas de la sociedad. Todos estos desafíos deben replantearse a la luz de las nuevas condiciones que la crisis impone a la educación y del escenario que estimemos se instalará a medida que la emergencia se estabilice. El fin de la crisis, sin embargo, no será un mero retorno a las antiguas prácticas educativas e institucionales, sino que nos dejará desafíos, aprendizajes y una nueva conciencia respecto de cómo debe organizarse el sistema de educación superior.

Nuevos desafíos

La crisis nos impele a revisar incluso los aspectos más dinámicos del sistema. En los últimos años se ha diseñado e implementado una serie de iniciativas en los distintos niveles educativos. En educación superior, la nueva legislación realiza profundas modificaciones a los esquemas de acreditación, crea nueva institucionalidad y consolida un nuevo modelo de financiamiento que incluye la política de gratuidad. Todo ha sido realizado con el fin de asegurar que todos los estudiantes tengan las mismas oportunidades de recibir una educación de calidad.  Tanto los gestores institucionales y de políticas públicas como las comunidades académicas en su conjunto, están llamadas a realizar una relectura de los esfuerzos de modernización y mejoramiento en estas nuevas condiciones que la crisis sanitaria del COVID-19 impone.

En esta reflexión, resulta fundamental profundizar en estrategias que apunten al logro de las condiciones necesarias para que el sistema educativo ponga a todos los estudiantes y sus aprendizajes al centro, para que todos ellos –sin excepción– desarrollen las habilidades, conocimientos y actitudes necesarias para desenvolverse en este siglo. Para ello, debemos reformular nuestras preguntas fundamentales a la luz de este nuevo contexto: ¿Cómo encarnar el ideal de la educación en un entorno en que las interacciones personales están limitándose; en que la tecnología y los dispositivos tecnológicos se encuentran mediando el quehacer formativo y los aprendizajes? ¿Cuáles son los compromisos que deben asumir las instituciones de educación para hacerlo posible? ¿Qué debe esperarse de un estudiante? ¿Cómo instalamos los aprendizajes de los estudiantes en el centro del sistema? La crisis generada por pandemia del COVID-19 nos plantea una interrogante aún mayor, muy ligada al sentido y rol de nuestra organización: ¿Qué vamos a entender como educación de calidad y de qué modo debemos velar por ella en este nuevo contexto?

Nos mueve la convicción de que nuestros esfuerzos deben estar puestos en que todos los estudiantes logren desarrollarse en condiciones de igualdad. Un país no puede alcanzar su potencial de crecimiento y prosperidad, si grandes sectores están excluidos de las oportunidades. Por eso, desde el Consejo Nacional de Educación, reafirmamos nuestro compromiso con el objetivo de contribuir a que la educación sea la plataforma habilitante para superar inequidades y construir un país más justo. El nuevo aprendizaje no se podrá lograr sin desarrollar habilidades de pensamiento, cooperación, creatividad y otras que cada vez se hacen más relevantes, tanto por la crisis que estamos viviendo como por los rápidos cambios tecnológicos a los que nos vemos enfrentados. Pero como el mundo se hace cada vez más impredecible, en este escenario, debemos atrevernos a pensar en la educación del futuro. Debemos arriesgar conjeturas y encontrar maneras innovadoras que permitan mejorar nuestra capacidad de adaptación. La educación superior, en su conjunto, debe enfrentarse a un desafío que pareciera paradójico: ¿Cómo podemos prepararnos para lo inimaginable?

El Consejo ha comenzado un proceso de reflexión sobre el concepto y los desafíos de la educación para el futuro, identificando las ideas y evidencias internacionales, los desafíos de la aceleración del cambio tecnológico y cómo el desarrollo de las Habilidades para el Siglo XXI pueden contribuir al logro de un sistema que se adapte a la velocidad de los cambios. Específicamente en Educación Superior, la aceleración exponencial de los cambios tecnológicos hace virtualmente imposible predecir el futuro que depara a nuestra sociedad y, por tanto, a este nivel. Sin embargo, aunque es difícil imaginar el mundo en 20 o 30 años, no podemos quedarnos ni indiferentes ni perplejos pensando, apostando a que espontáneamente nuestro sistema educativo se adaptará gradualmente a cambios que serán repentinos y acelerados. Desde el Consejo Nacional de Educación asumimos el desafío de comenzar un proceso de análisis de los escenarios futuros. Sin una reflexión proyectiva desde las instituciones de educación superior, los organismos públicos y las comunidades académicas, pensada para orientar el cambio y no para padecerlo, el sistema no será capaz de realizar las transformaciones profundas y las innovaciones requeridas para la sostenibilidad y relevancia de la educación superior.