La comprensión de la educación online como un “legítimo otro”
abril 16, 2020

En el año 2000, cuando en Chile comenzaron a aparecer las primeras iniciativas en educación a distancia, la resistencia de la academia a la nueva modalidad era una barrera muy potente. Todas las iniciativas que prosperaron, principalmente en universidades, fueron posibles, básicamente, por el convencimiento de algunas autoridades universitarias que apoyaron aquellos proyectos. Sin embargo, en el seno de las facultades y escuelas, donde se cultiva el patrimonio cognitivo y disciplinar de las instituciones educativas, los académicos renegaban de la modalidad a distancia; y no solo se resistían a ella, sino que la miraban con desconfianza, como educación de segunda categoría.

Hablar de educación online en esos tiempos era casi una falta de respeto a la conservadora academia chilena. Sin embargo, algunos académicos insistieron en mantener con vida los pocos proyectos de educación a distancia que existían en esos momentos, aun con la resistencia de gran parte de los planteles a los que cada uno de estos soñadores y amantes de la educación no presencial, pertenecían.

La emergencia educativa actual

Todos estos soñadores colegas, que son muy pocos en nuestro país, hoy viven minutos de fama inesperados ante la contingencia que provocó, primero, el estallido social del 18 de octubre de 2019 y, segundo, la pandemia que tiene al mundo entero en un aislamiento social obligado y que ha llevado a todas las instituciones educativas a cerrar las puertas de sus casas de estudio en la modalidad presencial y migrar, por la necesidad, a modelos de entrega de contenidos no presenciales.

La educación superior, en particular, no ha sido ajena a esta emergencia educativa y todas las IES en mayor o menor medida se han visto en la obligación de improvisar estrategias para poder continuar con la entrega y construcción del conocimiento que históricamente otorgaban a sus estudiantes presentes en una sala de clases física.

En este contexto, para poder emular una clase presencial o como un suplemento de la misma, he podido observar diversas estrategias, como por ejemplo: el uso de video conferencias con una comunicación bidireccional entre el profesor y sus estudiantes; o también, el uso de plataformas de código abierto, conocidas como Learning Management System, las que se utilizan como repositorios de documentos, guías de ejercicios, apuntes, instrucciones, bibliografía, videos, presentaciones Power Point, entre otros recursos.  Estas estrategias, sin lugar a duda, servirán para disminuir la ansiedad de los estudiantes que, de una u otra forma, ejercen una presión justa por recibir la formación que la institución en que se matricularon comprometió entregar en un espacio y en un tiempo determinado, y bajo una lógica de pago por servicios prestados a la que siguen sometidos.

Hasta aquí todo bien con las condiciones educativas emergentes; me parece muy válido que las instituciones reaccionen y busquen la mejor alternativa para seguir cumpliendo con el servicio formativo comprometido con sus estudiantes. Sin embargo, aquí llegamos a un punto de inflexión que vale la pena atender: todo lo que intente reemplazar y emular una clase presencial no es ni será una clase en modalidad online o virtual, pues una clase presencial, como diría la conservadora academia en la que he estado inserto por más de 25 años, es irremplazable. Es evidente hoy que mis reticentes colegas tenían razón, porque la educación online jamás ha perseguido reemplazar a la modalidad presencial, sino que simplemente es una alternativa válida ante ella. Hablamos de modalidades diferentes, y comprendemos que ambas tienen ventajas y desventajas: en ambas se puede copiar, en ambas se pueden encontrar buenas y malas experiencias docentes, buenos y malos estudiantes. Pero ambas también pueden coexistir perfectamente en un mismo ecosistema educativo.

Lo que más preocupa, y seguramente es un sentir que muchos colegas con años de experiencia como yo comparten, es que el estudiante que se está enfrentando a las improvisadas incursiones virtuales de las casas de estudios a las que pertenecen, se quede con la equivocada impresión de que usar tecnologías para comunicarse o descargar archivos para hacer actividades formativas es “educación online”.

Pese a lo anterior, he visto con mucho orgullo la buena voluntad y la humildad con que los verdaderos expertos en educación online se han puesto al servicio de la sociedad para entregar sus conocimientos, solo con el propósito de ayudar al otro, con el único fin de contribuir a que otras instituciones puedan hacer de sus improvisaciones la mejor experiencia posible. Creo, y digo solo que lo creo porque no tengo elementos de juicio como para afirmarlo, que lo hacen por el temor a que estas improvisaciones afecten la opinión pública y se construya nuevamente una percepción errada de la modalidad online debido al desconocimiento con que se implementan propuestas educativas no presenciales.

Una propuesta de formación online no se improvisa, se vive en el alma, se ama, porque el amor es la emoción que constituye el dominio de conductas donde se da la operacionalidad de la aceptación del otro como un legítimo otro, como señala Humberto Maturana.

Finalmente debo decir que, ante toda esta “emergencia educativa”, me asiste el convencimiento que la educación online está, con timidez, encontrando la aceptación y el merecido sitial que ha venido persiguiendo desde hace más de 20 años.