Jóvenes y Educación Superior: una relación cercana, pero todavía tan lejana.
abril 21, 2022

Jorge Baeza Correa[1].

En el marco de una investigación en desarrollo, con investigadores de El Salvador, Ecuador, Brasil y Chile[2], hemos realizado una revisión bibliográfica sistemática de artículos publicados en los últimos cinco años sobre jóvenes y educación superior; para ello, el equipo de trabajo estableció cuatro zonas geográficas: Centro América, Región Andina, Brasil y Cono sur. En el trabajo referido al Cono Sur, en este caso Argentina, Chile y Uruguay, resulta interesante que, a partir del análisis temático realizado, se puede identificar un total de seis temas presentes en los artículos revisados: Características sociodemográficas y económicas de los estudiantes; Vida estudiantil y egreso de la educación superior e incorporación laboral; Relaciones de pareja, roles asociados al sexo y violencia de género; Salud y bienestar de los estudiantes; Religión, valores y creencias y Acción política y organización estudiantil.

Los datos de caracterización hablan de una educación superior que aumenta en matricula e incorpora a nuevos estudiantes, pero que mantiene un grado importante de desigualdad en el acceso, como también a nivel de titulaciones. Están llegando a los centros de educación, jóvenes de primera generación en el mundo de la educación superior, lo están haciendo también por primera vez jóvenes indígenas y estudiantes con algún grado de discapacidad motora, visual, auditiva o de habla; pero estos importantes avances no siempre han sido acompañados por una institucionalidad que efectivamente los incluya, sino más bien los integra y les demanda a los recién llegados asimilarse a lo ya previamente existente. Existiría lo que califican algunos autores una “inclusión excluyente”. La revisión bibliográfica releva, también, lo complejo que es el proceso de inserción en la vida de la educación superior y luego el paso siguiente, la incorporación al mundo laboral. Es un doble proceso que demandan de las y los estudiantes que aprendan los códigos necesarios para vivir y sobrevivir al interior de los campus, en lo que es un verdadero aprendizaje del “oficio de estudiante”; lo que, desde luego, es más complejo para los que recién vienen llegando. Por otro lado, las instituciones educacionales han abierto sus puertas a la masividad, pero no asumen mayores cuotas de responsabilidad en la incorporación laboral de sus egresados, ni tampoco en el alto número de ellos que envían, anualmente, a encontrar trabajo en plazas profesionales ya saturadas. Situación que es en sí compleja, pero que se acrecienta cuando se egresa de instituciones de bajo prestigio social, lo que conlleva a que los egresados de niveles socioeconómicos bajos, que por lo común son los que egresan de ellas, acepten trabajos precarios (presionados por la urgencia) que los integran a una “proletarización profesional”.

En los temas que emergen del análisis es posible también encontrar que, en los espacios de la educación superior, dada la edad de sus estudiantes, los horarios y la mayor libertad con relación la educación secundaria, se inician y consolidan relaciones de noviazgo entre pares. La revisión bibliográfica da cuenta en esta materia, que las y los estudiantes actuales están viviendo una situación de transición en la asignación de roles asociados al sexo, pero que aún queda un largo camino que recorrer. En los estudiantes padres/madres se visualiza con mayor frecuencia el intercambio en roles distribuidos históricamente. Hay una resignificación de la masculinidad y un relevamiento de la capacidad de agencia femenina; pero, siguen persistiendo presiones para que los varones prioricen el término de sus carreras para asumir labores de mantención y que las mujeres pospongan su egreso para asumir tareas de crianza; se suma a ello, que se mantiene la presencia de violencia de género entre parejas de estudiantes, lo que aún no es abordado del todo por las instituciones educativas en sus programas formativos. En esta misma línea, la información recogida da cuenta también, que la salud y el bienestar de los estudiantes no es algo tampoco suficientemente atendido y que muchas veces la forma de estructura de la vida académica, genera desórdenes alimentarios, produce situaciones de estrés que afectan a la salud mental y facilita el consumo de drogas y alcohol, incluso dentro de sus espacios territoriales. El trabajo sedentario genera una población con sobrepeso que, además, enfrentada a las exigencias del quehacer académico, experimenta situaciones de ansiedad e incluso depresión; frente a lo cual, sin ser una excusa razonable, se acrecienta el consumo de drogas y alcohol, en un medio que subvalora su daño y que “normaliza” su consumo, incluso en los propios espacios de las instituciones.

En otro ámbito, los artículos dan cuenta de que las y los jóvenes, acorde a lo que sucede en sus países, están experimentando un cambio en sus concepciones valóricas y religiosas. Hay un proceso de secularización, donde se va dejando atrás la matriz cultural religiosa y emerge una identificación cada vez más masiva de personas “sin religión”. Mientras que, a nivel de valores, es manifiesta la adhesión a los derechos humanos expresada en un compromiso con los demás. Emergen, además, preocupaciones por los temas ambientales, lo que se tiene asumido a nivel de discurso, pero no en igual magnitud en cuanto práctica personal. Por último, la información recogida, presenta que el compromiso político sigue siendo una importante preocupación de la vida estudiantil y que, los movimientos sociales y políticos de los estudiantes, siguen siendo, también, un factor fundamental en la historia de sus países. Hoy la militancia política partidaria sigue estando presente y las organizaciones estudiantiles se mantienen como espacios de reclutamiento de dirigencias; pero, los trabajos revisados dan cuenta de importantes cambios en la forma de hacer política y de organizarse para ello. Los jóvenes han transformado los medios digitales en espacio de comunicación, participación y socialización política y con ello, las organizaciones han cambiado desde lugares presenciales a espacios de encuentros virtuales. Han cambiado, también, las formas de manifestarse políticamente, dando mayor espacio a la alegría y lo lúdico, donde el carnaval y el baile suman a indiferentes que antes se restaban; originándose una nueva realidad, un “alteractivismo”, que requiere de nuevas categorías para su análisis y comprensión.

En síntesis, son varios y significativos los trabajos que se pueden encontrar sobre jóvenes y educación superior y la mayor parte de ellos dan cuenta de un proceso de transición que pasa por cada uno de los temas identificados; pero del análisis queda de manifiesto, también, una tendencia a un trabajo más bien descriptivo, donde mayormente se habla sobre el estudiante; pero, se deja muy poco espacio para escuchar las voces de estos. Los conocemos, están muy cerca de nosotros, pero a su vez, los conocemos poco. Es necesario dar pasos para rescatar no solo lo que hacen y cómo lo hacen, sino también para conocer por qué lo hacen, lo que permitiría ir más allá del presente y conectarse con las expectativas de futuro de esta generación que transita hoy en los espacios de la educación superior.

[1] Sociólogo, Doctor en Ciencias de la Educación y Postdoctorado en Ciencias Sociales, Niñez y Juventud. Académico del Centro de Investigación en Ciencias Sociales y Juventud (CISJU) de la Universidad Católica Silva Henríquez.

[2] ¿Qué universidad salesiana para los jóvenes de hoy? Proyecto a cargo del autor de esta columna, con investigadores/as de la Universidad Don Bosco de El Salvador; Universidad Politécnica Salesiana de Ecuador, Universidad Católica Don Bosco de Campo Grande de Brasil y Universidad Católica Silva Henríquez de Chile.