¿Estamos preparados para una formación a lo largo de la vida?
septiembre 23, 2022

Alejandro Villela
Unidad TP AEQUALIS
Vicerrector Académico del IP Los Leones

Por lo general la discusión que relaciona los estudios superiores con el mundo del trabajo, particularmente en la enseñanza técnico profesional, se centra en la pertinencia de los perfiles de egreso de los titulados y los requerimientos de los sectores productivos. No son pocos los seminarios y publicaciones que debaten respecto del desacople entre necesidades del mercado laboral y educación formal, alarmas como las que en 2019 ponía CLAPES UC respecto de la posible tasa de reemplazo (42%) producto de la revolución 4.0, o la publicación del Consejo de Competencias Mineras de 2021 que proyecta los requerimientos de la fuerza laboral al 2030 y da cuenta de la sobreoferta y déficit. En otras palabras, brechas entre formación y necesidades de empleo.

Otra vertiente de la discusión dice relación con la integración entre educación y empleo. ChileValora destaca el reconocimiento de 118 perfiles ocupacionales en 55 carreras técnico profesional a través de un mapa de articulación. Asimismo, la Estrategia Nacional de Formación Técnico Profesional da cuenta de los avances en las rutas formativas y laborales, destacando los procesos de articulación de la enseñanza media técnico profesional con la educación superior y, a su vez, de esta última con las certificaciones de competencias laborales, integrando la educación formal, no formal e informal.

Ambas líneas de discusión, si bien del todo interesantes y que por cierto serán materia central de debates en los próximos años, tienden a disminuir la visibilidad de otras problemáticas en la relación trabajo y estudio, escollos más pedestres, tal vez situaciones “higiénicas” que, de tan obvias, se tienden a olvidar. Precisamente, por ese involuntario olvido, la presente columna se refiere a la situación del estudiante trabajador, es decir, aquella mujer u hombre que intenta compatibilizar su vida laboral con la vida estudiantil, nótese que no se ha querido incluir la vida familiar para alivianar el malabar de ella o él.

Education at a Glance, en 2017, señalaba que el 9,3% de los estudiantes de educación terciaria en Chile a su vez trabajaban. Parece un porcentaje menor, sin embargo, dicho guarismo refleja a la población estudiantil menor de 25 años. Si se considera que el 38% de los estudiantes de educación terciaria tiene 25 años o más (SIES, 2022) y se pone foco en ese grupo, probablemente la cantidad de estudiantes trabajadores es mucho mayor… tal vez un simple cruce de bases de SIES con el SII pueda dar una panorámica más precisa, pero claro serán necesarias ciertas correcciones al cruzar con los estudios del INE que plantea un 25,3% de ocupación informal (INE, junio 2022). En todo caso, más allá de la precisión de un número que no es de fácil determinación, lo cierto es que existe un porcentaje de estudiantes que trabaja y un porcentaje de estudiantes que tiene más de 25 años en educación superior.

La anterior situación es particularmente relevante en la educación técnico profesional. Pero yendo de lo general a lo particular se tiene que, según proyecciones del INE (en base al Censo 2017), en los próximos 10 años (al 2032) el porcentaje de la población de entre 18 y 35 años disminuirá unos cinco puntos porcentuales, a su vez la población de 36 años y más aumentará poco más de siete puntos. Nada nuevo. Se sabe que la población está envejeciendo, se evidencia marcadamente hace una década (cuando la transición demográfica pasa de incipiente a avanzada). Lo interesante es que, precisamente hace una década se estancó el crecimiento de la matrícula en educación superior en Chile, las variaciones interanuales han sido mínimas, con un promedio de crecimiento de 0,8% anual. Si la población joven disminuye y la matrícula total se mantiene o crece levemente, es bastante obvio suponer que los estudiantes terciarios están más “viejos”.

Ahora, ¿cómo es el comportamiento de los tramos etarios en educación superior? La matrícula en educación superior de estudiantes menores de 30 constituía en 2012 el 85,7% del total del sistema, hoy en 2022 corresponde al 77,4%, esto es, la participación de estudiantes de 30 o más años pasó sólo en una década de un 14,3% a un 22,6%. Si se atiende a la estabilidad en la matrícula y las proyecciones del INE, es esperable que se esté ad portas de que un cuarto de los estudiantes de educación superior tenga 30 años o más. Si se considera, por ejemplo, solo la matrícula de los institutos profesionales este 2022, el 32% de ella la constituyen estudiantes mayores de 30 años y poco más del 50% son estudiantes de 25 años y más. Con estas cifras el estudio terciario asociado a otras variables propias del ciclo etario comienza a tomar relevancia, claramente aún más en el subsistema técnico profesional. Se debe agregar como dato, que en Chile un 33% de la población entre 25 y 64 años se interesa en estudiar o continuar sus estudios, pero no lo han podido hacer por responsabilidades familiares o laborales, siendo esta última el principal motivo (Education at a Glance, 2017).

Expuesto el panorama anterior, pareciera ser que la relación entre trabajo y estudio, no solo es en temas –importantes, por cierto- de convergencia entre perfiles de egreso, sectores productivos, rutas formativas y laborales. Al parecer hay cosas más básicas o veladas, como la posibilidad de compatibilizar trabajo y estudios, más aún, de qué manera el sistema (laboral y educativo) establecen dificultades para los actuales estudiantes y barreras de entrada para el 33% de mayores de 25 años que señalaron hace cinco años querer ingresar al sistema.

Existen importantes barreras de acceso a la educación superior para aquellos que trabajan, en primer lugar, temas de financiamiento. Para acceder a la gratuidad y pertenecer al 60% de hogares de menores ingresos, un estudiante trabajador no debe ganar más de unos 650 mil pesos, si es el único que aporta en su hogar; podría postular al CAE, pero deberá haber obtenido sobre un 5,3 en sus estudios escolares, como si ello fuese tema en estudios que cursó hace más de 10 años sin que hubiese definido alternativas laborales. Pero supongamos que el trabajador invierte en sus estudios, deberá enfrentarse a la realidad de que las tasas de retorno en educación superior han disminuido entre un 20 y 40% en los últimos 10 años, es más en algunas áreas y carreras el retorno neto es negativo (Banco Mundial, 2021).

Otra barrera de acceso la constituye la organización del sistema, así la formulación del Sistema Único de Acceso (SUA), supone modelos escolarizados, más bien, universitarios, con ciclos de tipo semestral no compatibles del todo con los requerimientos de estudiantes trabajadores. Debe pensarse, por ejemplo, en los ciclos asociados a trabajos en faenas productivas, construcción, minería, agricultura, otros. Pareciera que la alternativa es la educación a distancia, sin embargo, esta última también parece estar reñida con definiciones del sistema, el financiamiento, por ejemplo, o por el tipo de programa que es posible estudiar en dicha modalidad.

Ahora bien, supongamos que todas las barreras se salvan y que se extiende la idea de trayectoria educativa y laboral como política pública. Supongamos, además, que se ha instalado un avanzado poblamiento de perfiles laborales y sistema de certificaciones para integrar en la educación técnico-profesional. A partir de esto se podría esperar una facilidad mayor para los trabajadores que deseen estudiar… sin embargo, lo anterior supone que los y las estudiantes lo hacen en la misma área que trabajan… Bueno, acá un nuevo problema, lo anterior puede resultar un supuesto heroico, toda vez que algunos trabajarán en un área distinta y puede que desean estudiar para cambiar de trabajo. Un solo ejemplo, un IP de la región metropolitana, acreditado, de tamaño medio cuenta actualmente con 66% de estudiantes trabajadores, de estos, poco menos del 50% estudia en un área similar a la que trabaja. Conforme lo anterior, la arraigada idea del estrecho vínculo entre el trabajo del estudiante y su trayectoria educativa tiende a cuestionarse.

Con todo, la realidad del estudiante trabajador no pasa simplemente por la generación de políticas asociadas al desarrollo productivo y las trayectorias, sino también –y, en primer lugar, se podría afirmar- por poner al trabajador al centro y preguntarse qué necesita para efectivamente incorporarse al sistema formativo y desarrollar con facilidades sus opciones tanto funcionales como vocacionales.