Cátedras virtuales permitieron constatar un problema educativo mayor: la desigualdad
mayo 21, 2021

Las universidades chilenas estamos funcionando en modo online hace más de un año. Si bien todas las funciones universitarias se han visto resentidas, es la docente la que mayores esfuerzos ha debido desplegar para afrontar las limitaciones impuestas por la pandemia. Es, además, la que deberá hacerse cargo de enormes secuelas producto de procesos formativos tensionados, inestables y despersonalizados.

Al inicio de la pandemia y al darnos cuenta de que implicaría importantes restricciones en la movilidad, las instituciones de educación superior hicimos grandes esfuerzos por tender puentes virtuales hacia nuestros estudiantes. El objetivo era contenerlos y permitir el desarrollo de las clases, en formato virtual, de manera que no estuviéramos ante semestres académicos perdidos.

Este periodo de instalación de las cátedras virtuales nos permitió constatar que la desigualdad en Chile es un problema educativo mayor. Muchos alumnos no tienen acceso ni a tecnologías, ni a espacios físicos que les permitan asistir a clases online y estudiar, en sus hogares, de manera adecuada. La brecha educativa, que todas las universidades nos hemos esforzado en abordar durante las últimas décadas, se amplió de manera muy compleja.

Sabemos que la formación profesional no sólo tiene que ver con conocimientos teóricos, sino también con la aplicación práctica de ellos. Si bien los medios tecnológicos nos han permitido desarrollar experiencias interesantes -como atenciones online en primeros auxilios psicológicos o el uso intensivo de la simulación clínica- hay toda una serie de prácticas que en este largo período no han podido realizarse o han perdido esa presencialidad enriquecedora.

Tan importante como lo anterior es la labor formativa que corresponde a las universidades. Como hace años recordara el entonces decano de Harvard College, Harry Lewis (Excellence without a Soul), el objetivo fundamental del pregrado es ayudar a la madurez de los jóvenes apoyándolos a buscar un propósito para sus vidas y que egresen como mejores personas. Es decir, corresponde reconocer que la experiencia universitaria implica un ejercicio de carácter y madurez importantes. Por ejemplo, el estudiante que pasa por una cátedra está llamado a desarrollar una nueva actitud frente a ideas complejas que incluso pueden desafiar sus propias creencias y cultura. Qué difícil es poder percibir, más aún acompañar, este ejercicio de madurez cuando muchas veces los alumnos ni siquiera, por muy diversas razones, muestran su rostro.

No podemos olvidar tampoco la contribución que se espera de las universidades para el desafío país más importante que es la construcción de una sana convivencia democrática. Las universidades nos pensamos en clave comunidad porque estamos llamadas a proveer una experiencia de encuentro y colaboración entre aquellos que vienen de culturas diversas. Somos un espacio en que se conocen, se aprecian y aprenden a colaboran unos con otros en pos del bien común. Esto no es una buena intención sino una experiencia cotidiana concreta que se produce en nuestros campus universitarios y que se ha visto interrumpida por la emergencia sanitaria.

Los meses que nos faltan para retornar a la presencialidad son claves para, por una parte, diseñar e implementar formas eficientes y eficaces de enfrentar las secuelas educativas y formativas que dejará la pandemia; pero también para dilucidar cómo aprovechar una experiencia, paradójicamente tan profunda y potencialmente enriquecedora como la que hemos experimentado en nuestras vidas personales e institucionales.

Responsablemente y sin temor debemos preguntarnos cómo realizaremos nuestra labor formativa en los años que vienen cuando las condiciones sanitarias permitan retomar la actividad presencial. La experiencia de estos semestres a distancia, tanto por parte de los profesores como de los alumnos, nos ha hecho valorar positivamente la presencialidad como condición de posibilidad de muchos de los procesos formativos que se dan en la dinámica universitaria. Asimismo nos han permitido descubrir los beneficios que tiene la virtualidad como un complemento, más no un sustituto, de la relación maestro-discípulo tan propia de esta comunidad de buscadores de la verdad que llamamos Universidad.