Cambio a la fuerza
mayo 27, 2020

Hace unas semanas, recibí un mail de una profesora universitaria muy experimentada. “Nunca pensé que la tecnología iba a devolverme la emoción de dar clases”, decía con gratitud.

En el espacio de unas horas, recibí una consulta de un profesor de mediana edad, absolutamente frustrado con su falta de destreza en el uso de las herramientas tecnológicas. “Me siento muy torpe, como un niño chico”, me confesó.

El cambio a la educación online ha significado un reto significativo para todos los que laboramos en las universidades, pero pocos actores han sufrido el trauma de este reto tanto como nuestros docentes. Al cabo de nada, han tenido que aprender a utilizar diferentes herramientas, y se han debido adaptar rápidamente y a la fuerza a una modalidad que resulta incómoda para la gran mayoría.

Dadas las dificultades, el hecho de que nuestras universidades aún estén funcionando es un pequeño milagro. Todos los docentes merecen ser aplaudidos por esto.

Estas dificultades no se limitan solamente a aspectos tecnológicos, aunque esta sea la principal barrera. Las actitudes de las personas frente a la tecnología difieren, y la literatura incluso ha definido un término (“ansiedad tecnológica”) para caracterizarlas. SI le agregamos a este fenómeno el reto de tener que adoptar nuevos métodos en sus hogares, inmersos muchas veces en problemas personales, logísticos, familiares y ergonómicos, la barrera se vuelve imponente.

Una vez superada la barrera tecnológica (el cómo hacer clases online), el docente se ve enfrentado al problema del rediseño (el qué). Para ello, es crucial entender que la educación online va más allá de simplemente transmitir las clases expositivas. La efectividad de las clases online requiere pensar de nuevo cuáles son las metas que los docentes quieren lograr, cuáles de ellas son prescindibles, y cuáles son indispensables. La clase expositiva es lo menos importante de todo este proceso. Como enunció el legendario Ken Bain al comienzo de la cuarentena, “olvídense de la clase expositiva”.

Una vez hecho el rediseño, el docente tiene que plantearse qué deben hacer los alumnos para lograrlo. Su instinto siempre los lleva a la transmisión del conocimiento. Sin embargo, muchos de nuestros alumnos no pueden acceder a sus video-conferencias. Esto exige una dosis no menor de creatividad, que obliga al docente a sumergirse en foros, tareas, y evaluaciones formativas.

Para ello, es clave que el docente sea flexible. Como dijo hace unas semanas el profesor norteamericano Brandon Bayne, en un artículo que rápidamente se volvió viral, la prioridad se focalizó en “darle prioridad a nosotros como seres humanos, ser flexibles, y reconocer que no sabemos con certeza hacia dónde va eso”. En un “syllabus ajustado” que publicó, decía que “no podemos hacer lo mismo, sólo que ahora online”, priorizando “el alimento intelectual, la conexión social, y el acomodamiento personal”.

El éxito en esta nueva modalidad también requiere una alta dosis de comunicación. Hace unos días, un alumno me llamó por teléfono diciéndome que muchos de sus compañeros se sentían abrumados por la cantidad de material que los profesores estaban enviando. “Los profesores”, me dijo, “deben entender que todos estamos pasando por situaciones difíciles, y que hemos perdido la posibilidad de estudiar en grupo como estábamos acostumbrados”. Conocer las limitaciones personales de nuestros estudiantes es crucial en momentos en que esta transición obligada consigue a muchos de ellos sin las herramientas que necesitan para navegarla de forma exitosa.

La comunicación entre docentes y estudiantes debe venir acompañada de una gran empatía por la persona del estudiante, y de un mayor esfuerzo para retroalimentar de forma personalizada. Si no se concibe la educación sin retroalimentación, esto se vuelve mucho más relevante en un contexto en el que una conversación en un pasillo, o el atender a los alumnos en una oficina, se vuelven imposibles.

Navegar con éxito el cambio a la educación online requiere que los docentes tengan una actitud de apertura y de atreverse a equivocarse. Se hacen necesaria la humildad requerida para pedir ayuda, la autonomía para aprender por cuenta propia, y la valentía de cuestionarse métodos tradicionales. Desarrollar esa flexibilidad de mente es una gran oportunidad para los docentes y para las universidades.

No existe un consenso acerca de los efectos duraderos que tendrá esta cuarentena sobre las universidades, pero una cosa sí pareciera ser cierta: después de esto, pocas cosas en la docencia universitaria seguirán igual. Para que el cambio sea para mejor, debemos aprender las lecciones correctas y mantener una actitud de apertura.